Hace ya tiempo que
conceptos como arquitectura verde, sostenible, bioconstrucción,
eficiencia energética, energías renovables, etc. son comunes entre
la población general, así como cambio climático, sobrepoblación,
sobreexplotación, desigualdad, hambruna, etc. La vorágine
depredadora de la especie humana hacia el medio hace décadas que
anda desbocada, conduciendo inexorablemente a un trágico final, de no
ponerle remedio. Se estima que hacia el año 2050 se agoten las
reservas de petróleo y la población mundial llegue a un límite
crítico de diez mil millones de individuos, una situación
totalmente insostenible que requeriría la
reducción drástica de la población mundial. Un escenario desolador. La pregunta es si estamos dispuestos a no seguir haciendo nada.
En el campo de la
arquitectura y el urbanismo es posible contribuir a paliar este
escenario ciertamente apocalíptico con medidas que ya hoy se
encuentran a nuestro alcance y que entroncan con los conceptos
apuntados al principio y que se concretarían en la idea de una arquitectura de balance energético positivo. Esto es renunciar a las obsoletas
fórmulas de arquitectura consumidora de energía y recuperar la
arquitectura vernácula -ahorradora de energía-, actualizándola
hacia una arquitectura productora de energía.
Una arquitectura
proyectada en base al ahorro energético, debería además suponer un
ahorro económico y un menor impacto medioambiental (huella de
carbono). Es posible plantearse la disminución del coste energético
con un programa completo de la obra que planifique los siguientes
aspectos:
- Estudio del medio, adaptando el edificio a éste.
- Elección de materiales cuya obtención y/o manufacturado supongan un menor consumo energético y menor manipulación (menor toxicidad).
- Elección de materiales locales, cosa que implicará un menor tiempo desde el productor a la obra, menos gastos de transporte y menos emisiones de CO2.
- Elección de procesos de construcción más eficientes.
- Implementación en el diseño de sistemas pasivos y activos que compensen el gasto energético inicial y supongan, al final de la vida útil del edificio, que el balance energético sea positivo.
- Elección de materiales y sistemas constructivos que, en caso de su reforma, sustitución o eliminación, permitan la reutilización y/o reciclaje de los elementos que componían el edificio.
Como arquitectos,
deberíamos ser los primeros agentes de la edificación encargados de
asumir esta conciencia medioambiental, comprender que los requisitos
mínimos que se nos exigen en la normativa técnica no son
suficientes y ser capaces de proponer a promotores y constructores
alternativas a la construcción vírica actual.
No debemos despreciar las
pequeñas acciones que podamos promover, cada cuál desde sus
posibilidades, pues muchos pocos hacen un mucho. Empecemos por un
edificio, luego una calle, después un barrio, más tarde una
ciudad... y acabaremos cambiando el mundo.